miércoles, 25 de julio de 2012

DMZ, de Brain Wood y Riccardo Burchielli



No empieza bien DMZ; el dibujo es feísta, el protagonista no resulta convincente -de hecho a mí se me hace antipático durante toda la serie- y las primeras peripecias parecen apuntar directamente a los clichés no demasiado originales de esos mundos postapocalípticos tan típicos de la ciencia ficción. Pero no, afortunadamente en cuanto el personaje de Matty se asienta en la zona desmilitarizada y asume las implicaciones de su condición única en el lugar, la serie comienza a remontar y toma vuelo rápidamente.

DMZ se revela como una serie mucho más realista y mucho más alejada de los tópicos de género de lo que se pudiera pensar en un principio. El escenario es todo lo imaginario que queramos -una segunda guerra civil norteamericana, con la ciudad de Nueva York como frontera entre ambos bandos enfrentados- pero el tratamiento de las causas y consecuencias, el reflejo de las oscuras motivaciones que recorren como un río subterraneo todo el conflicto y la descripción de los poderes fácticos que intervienen en él, desde gobiernos, milicias, señores de la guerra, medios de comunicación y sus inevitables manipulaciones, y corporaciones y sus no menos mezquinos intereses en  reconstrucciones posteriores -así hasta llegar a la sufrida población civil- es de tal verosimilitud que bien podría afirmarse que muestran casi con rigor documental lo que significa hoy en día una guerra.

Más aún, diría, y es el mayor elogio que podría hacerle, que por la manera en que va explorando todas y cada una de las capas y estamentos del conflicto, siempre con la pausa justa y siempre demorándose en cada uno de ellos lo que cada uno de ellos demanda, sin por esto olvidarse jamás de ningún aspecto o manifestación de la guerra -por no olvidar no se olvida ni de echarle una mirada al arte callejero que se genera durante el conflicto-,  el guion de Brian Wood me recuerda a las producciones, también cuasi periodísticas, de David Simon para HBO. Y eso, insisto, son palabras mayores.

domingo, 15 de julio de 2012

A god man, de Lynd Ward



Al parecer antes del Yellow kid y las tiras de prensa, que suelen ser unánimemente reconocidas como el punto de arranque del cómic entendido como industria, la narrativa dibujada fue sobre todo una curisosidad pictórica desarrollada por artistas como Rodolphe Töpffer, Frans Masereel o Gustav Dore. De ese período inaugural las novelas mudas de Lynd Ward, talladas en madera, pueden considerarse como el último exponente de una forma de hacer  historietas entendida como arte; libre de imposiciones comerciales y más atenta a sus posibilidades expresivas que a las exigencias dictadas por las cifras de ventas.

Si en el apartado gráfico los referentes principales de Ward pueden situarse en ilustradores como Otto Nückel o el propio Masereel, en lo narrativo uno tiene la impresión de hallarse ante un genuíno film de la época. El caracter alegórico  y algo simplista de su trama le confiere cierto aire a clásico del período mudo -no olvidemos que A god man tiene fecha de  1929-; a película como Las tres luces, de Lang, La carreta fantasma de Victor Sjöström o El septimo cielo de Frank Borzage, por decir algunos títulos más o menos conocidos. 

Con todo lo que más se disfruta de esta novela gráfica antes de las novelas gráficas es la fuerza expresionista de su talla, admirable en su magestuoso dominio de los espacios y los encuadres, de los  juegos de luces y sombras, y en especial de las expresiones faciales y corporales, siempre de gran belleza plástica.

En fin, lo dicho, un clásico. 


martes, 10 de julio de 2012

Sofía y el negro, de Judith Vanistendael



No recuerdo a quién se lo escuché en una charla-coloquio sobre la novela gráfica: la moda de la novela gráfica ha liberado a los autores de la obligación de los géneros tradicionales, pero amenaza con imponerles uno nuevo, a saber, el de los relatos biográficos y/o socialmente comprometidos. 

No es difícil constatar hasta qué punto los editores parecen subidos a un carro que promete por sí solo ser capaz de dignificar al medio. Lo cual podrá ser bueno desde un punto de vista comercial, no lo niego, -si cuela cuela y  si vende vende- pero es una equivocación desde el punto de vista del lector. Ningún género ni temática garantizará jamás la valía de una obra, y el autobiográfico o/y socialmente comprometido tampoco, por más respetable que parezca. Es más, diría que en lo personal empieza a pasarme con él lo que ya me pasa desde hace tiempo con superhéroes y ciencia ficción, géneros que me resultan cargantes en sí mismos y a los que siempre me acerco con un cierto recelo que a la obra no le queda más remedio, injustamente, lo sé, que superar. 

Cosa que por fortuna, en especial para mí, logra sobradamente la pericia narrativa de Vanistendael. Y eso que la temática de Sofia y el negro se presta a ciertos tópicos habituales en las obras de género social. Pero el relato sabe esquivar estos riesgos amparándose en una exposición sencilla y nada melodramática de los hechos, sin alardes efectistas, sin extremar desgracias, sin apelar al discurso panfletario ni incendiario, sin querer convencernos de nada y sin santificar ni demonizar a nadie. El itinerario que describen las vidas de Abu y Sofía se nos presenta como un trayecto difícil, traumático en muchos aspectos, pero en él  lo negativo nunca desborda ni adquiere un peso mayor del que tienen los aspectos positivos de su vivencia compartida, o al menos nunca de una manera excesiva que pudiera romper el frágil equilibrio de la narración. 

El resultado es una obra de marcado carácter testimonial, impecable en su construcción y que deja, o al menos a mí me lo deja, un loable regusto a honradez y sinceridad.  


lunes, 16 de abril de 2012

Tintín en el Tíbet, de Hergé

Lo diré primero para poder desdecirme después: si no fuera por lo muchísimo que las disfruté de pequeño,  las aventuras de Tintín serían para mí firmes candidatas al clásico más sobrevalorado de la historia del tebeo. Afortunadamente aún tengo vivo el recuerdo de la emoción que me provocaban en la adolescencia temprana, aunque ya de mayorcito nunca he consegido repertir esa sensación tan agradable. 

Sigo apreciando el dibujo detallado y realista del Hergé maduro, la elegancia de la línea clara, la belleza de sus colores sencillos, muy pop y muy eficaces ellos; las ocurrencias de un Capitán Haddock o la sordera de un Tornasol, pero me fallan las tramas. Se me caen de las manos unas historias que parecen estructurarse  siempre, o casi siempre, en torno al viaje, al exotismo de postal de lo diferente y  de unos gags la mar de inocentes. 

En este caso, montaña arriba, montaña abajo, Haddock que se cae o que no se cae, Milú que se emborracha y los nativos, como siempre en Hergé, que resultan ser un atajo de supersticiosos cobardes con escaso sentido del honor. Pero ah, amigo, aun en su simpleza, que maravilla el Tibet dibujado por Hergé, ese manto blanco que dota al tebeo de una textura especial, única. 

Creo que esa es la forma adecuada de leer este Tintín en el Tíbet: olvidarse un poco de los textos farragosos, renunciar a seguir su argumento insuficiente, y disfrutar de lleno con el escenario. Y con la increíble pericia de la que da muestras este Hergé ya  completamente dueño y señor de sus recursos narrativos. 

Decía al principio que si no fuera por mis recuerdos de infancia la serie de Tintín estaría en mi lista de clásicos sobrevalorados. Es mentira, álbumes como Tintín en el Tíbet la convierten en uno de los clásicos más justamente acreedores a dicha consideración. Y no sigo que cambio de opinión otra vez...

lunes, 2 de abril de 2012

Batman año 100, de Paul Pope



Cumple los dos requisitos que yo pedía para unos superhéroes dignos: historia al margen de la continuidad; dibujo personal más propio de su autor que del género. Pero no sé, algo me falta o algo me falla en este Batman año 100. En DC: The New Frontier aun siendo un homenaje a los valores clásicos del superhéroe, el  retrato de la época, esa década de los 50 con sus paranoias y sus profundas contradiciones; el atractivo de la identidad civil de sus personajes, en especial la de Hal Jordan y la de John Jones, y los lazos personales que se establecen entre ellos cobraban el suficiente peso como para equilibrar la acción superheróica y darle mayor complejidad.  Desafortunadamente uno no acaba de encontrar algo ni ligeramente parecido en el  Batman año 100

El tebeo de Pope aporta muy pocos elementos fuera de lo que es habitual en el género. Si acaso,  y siguiendo un poco la línea marcada por el Año uno de Miller y Mazzuchelli, con la excepción de la densidad psicológica que adquiere la figura del comisario Gordon, ciertamente de unas dimensiones distintas a lo acostumbrado.

No sé si incurriré en flagrante contradicción al decir esto, y más habiendo elogiado más arriba la personalidad de su dibujo, pero el apartado gráfico me recuerda también poderosamente al dibujo y al color del Año uno. Trazos gruesos, líneas quebradas, grandes bloques de negro, predominio de los tonos otoñales... Pero bueno, ¿quién puede echarle en cara a Pope el deseo de  parecerse a Mazzuchelli? Yo no, desde luego.

¿Mi veredicto? Está bien, es un tebeo entretenido, pero no me parece que esté por encima, o muy por encima, de los superhéroes mondos y lirondos. No me parece un cómic realmente destacado.


martes, 27 de marzo de 2012

La historia secreta del hombre gigante, de Matt Kindt



Si releo mis apuntes me doy cuenta de que en el fondo  interpreto todos los tebeos en clave de tres o cuatro intuiciones básicas que repito una y otra vez y que de alguna manera me sirven para tratar  de comprenderlos. Por ejemplo la que me inspira de nuevo la obra de Matt Kindt, y de la que La historia secreta del hombre gigante no es ninguna  excepción, a saber: que es ahora cuando se están escribiendo y dibujando los que mañana serán los grandes clásicos del cómic. Cierto es que el cómic atesora ya en sus casi dos siglos de existencia un buen puñado de obras maestras, pero me domina la impresión de que estas  décadas a caballo entre un siglo y otro significarán para el noveno arte lo que los años 40 y 50 significaron para el cine: su gran época dorada.

Supongo que La historia secreta del hombre gigante no alcanza el nivel de complejidad de Super Spy, más ambiciosa en sus presupuestos, pero un buen tiento si que le da.  No falta ni uno de los ingredientes que hacen grande a Super Spy: ni la audacia narrativa, ni la sensibilidad, ni la belleza de sus pinturas. Porque pueden atraerte más o menos sus historias, pero vaya, da gusto mirar la páginas de Matt Kindt y dejarse envolver por su ritmo.

O si no comprobadlo por vosotros mismos:


sábado, 24 de marzo de 2012

DC: The New Frontier, de Darwyn Cooke



Lo he leído en cientos de páginas y revistas, Darwyn Cooke es el nombre, Darwyn Cooke es el hombre, pero pensaba yo... ¿un tío que hace superhéroes? ... ¿un tío que aceptó continuar mil siglos después el The Spirit de Eisner? ... Venga ya, ¿cómo va a ser bueno alguien que comete semejantes tropelías? Pues sí... Darwyn Cooke es el hombre. Por supuesto habrá que leerle más cosas, pero la primera impresión es inmejorable. Dibujo, color, argumento, personajes... Lo tiene todo este DC: The New Frontier.

Ya he avisado en otras entradas que el de los superhéroes no es precisamente mi género favorito; la mía ha de tomarse como una mirada desde la distancia. Pero en fin, visto desde la perspectiva que ofrece la lejanía diría que  para conseguir unos superhéroes verdaderamente logrados es requisito indispensable liberarlos del yugo asfixiante de la continuidad  y, una vez libres de él, manejar aquella al gusto, jugar con ella, rectificarla, posar la atención en aspectos  marginales o menos conocidos de la misma... Algo así viene a hacer aquí Darwyn Cooke con el universo DC. Retoma sus personajes e Histora y los reescribe a su antojo para armar un relato alternativo que seguramente nunca figurará en las crónicas oficiales de este universo, pero que pese a ello rescata y ensalza como pocas veces antes sus verdaderas esencias. Porque DC: The New Frontier es ante todo una oda apasionada y apasionante al concepto del superhéroe clásico.

Me da la impresión de que de  alguna manera Cooke ha logrado firmar con ella lo que vendría a ser el reverso luminoso de Watchmen. Del universo de Moore y Gibbons toma prestada una de sus premisas fundamentales, la de ese mundo que se rebela contra la existencia de los superhéroes, que quiere seguir su curso al margen de los mismos, que ve en ellos más una amenaza  que una garantía y que, en consecuencia, trata por todos los medios de ponerles coto. También Cooke promulga su propia Acta de Keene y también, como en Watchmen, los vigilantes de esta linea alternativa deben elegir  entre poner sus habilidades a las ordenes del gobierno, retirarse o continuar sus actividades superheróicas en la más absoluta clandestinidad. Pero a diferencia de aquel, que aun estando fuertemente influido por la existencia de los vigilantes seguía guardando más puntos en común con nuestra realidad que con la de los superhéroes, el mundo que imagina  Cooke es un mundo que pertenece a los superhéroes.  

Podría decirse que Watchmen es la  historia de los superhéroes  arrancados de su lógica de cómics y trasplantados a nuestra realidad; una historia donde los superhéroes  se ven desbordados y superados por los mecanismo que rigen esta realidad que no es la suya. Y podría afirmarse que The New Frontier es la historia de un mundo, el nuestro, que arrancado de su propia lógica es trasplantado a la realidad de los superhéroes; una historia donde es nuestro propio mundo el que se ve desbordado y superado por los mecanismos y convenciones que rigen la realidad de los superhéroes. 

En el muy politizado mundo de Watchmen,  donde predominan las razones de Estado,  los superhéroes parecen estar de más. Los vigilantes  no sólo no pueden resolver esos conflictos políticos sino que además los agravan: el Doctor Manhattan rompe peligrosamente el equilibrio de fuerzas de nuestra realidad y hace casi inevitable el conflicto nuclear;  Ozymandías, por su parte, haciendo una lectura del conflicto más propia de los tebeos de superhéroes que de nuestra realidad -aunque lo niegue todo su plan es digno de un villano de opereta-  acaba exterminando a más de tres millones de personas, mientras que el resto de los vigilantes, impotentes, no consiguen impedírselo. Y todo ello sin que en verdad se resuelva nada, como deja claro el demoledor "nada termina nunca". Más aun, en Watchmen Ozymandías tiene que crear su propio monstruo lovecraftiano porque esa realidad no admite  semejante tipo de seres. 

En The New Frontier, y he ahí donde radica la gran diferencia con  Watchmen, por más que el mundo pretenda parecerse al nuestro e ignorarlas, las típicas amenazas lovecraftianas del universo superheróico existen, son muy reales y hacen de los superhéroes salvarguadas indispensables de las que no pueden prescindir. Quieren esconderlos bajo la alfombra, pero este mundo les pertenece a ellos; ellos son sus grandes adalides y como tales merecen su respeto y su admiración. Y a ello se aplica Cooke con suma diligencia y entusiasmo. Ya digo, una auténtica declaración de amor al género.

Lo que, por otra parte,  estando muy bien no es ni de lejos lo mejor de The New Frontier. Lo mejor es el arte -no hay otro sustantivo para él- que despliega  Cooke en sus páginas. Un dibujo evocador que a mí me recuerda principalmente al Batman de Bruce Timm, al The Spirit de Will Eisner y el Año uno de David Mazzuchelli, con una composiciones de página que toman como base tres viñetas horizontales, lo que dota a su narrativa de un muy atractivo aspecto de cinemascope. Decía al principio de la entrada  que liberar al superhéroe del yugo de la continuidad se me antoja un requisito esencial para hacer de ellos un género interesante. Ahí va otro consejo: liberar al dibujo de la clásica influencia de los John Busceman,  Neal Adams o  los chicos de Imagen, que hasta hace no demasiado ahogaban la personalidad de los dibujantes. Ese me parece otro de los grandes logros de los tebeos de superhéroes más recientes; cada propuesta guarda rasgos propios que le ortorgan una identidad, la de sus autores, que brilla por encima de las convenciones y exigencias del género y de la que indudablemente sale muy beneficiado el tebeo. 

Sólo siguiendo ese camino los superhéroes pueden aspirar a superar su condición de mero producto industrial y a convertirse definitivamente en creaciones genuínas. Vamos, me parece a mí.


jueves, 15 de marzo de 2012

En la prisión, de Kazuichi Hanawa

Reconozco que en algunos pasajes se me hizo algo aburrido, aunque tal vez  sea ese  justamente su tema: qué hacer cuando no hay nada que hacer. Se lo comentan a Hanawa en la entrevista inicial, y leyendo el tebeo parece que fuera verdad: da la sensación de que se chupó tres años en la trena sólo para poder documentarse a fondo. Porque no cabe duda de que  En la prisión  se situa más próximo al reportaje periodístico que al manido drama carcelario. 

De hecho no aparece ni uno solo de los tan gastados tópicos del género. En este sentido resulta sorprendente lo civilizada que es la prisión de En la prisión; se come bien, hay cine mensual, lectura abundante, trabajo relajado, carceleros poco autoritarios y hasta los reclusos no parecen mala gente...

Tampoco el dibujo de Hanawa  consigue entusiasmarme; me parece algo desmañado en su trazo. Y sin embargo de cuando en cuando se descuelga con dobles páginas de un detallismo casi fotográfico que son auténticas delicias.

En fin, que sin lograr apasionarme En la prisión me parece un cómic grande; grande en el sentido de  esas obras necesarias que consiguen conquistar nuevos espacios para el medio. Y eso siempre es muy de agradecer.


lunes, 12 de marzo de 2012

Destructor: la Gotham de Anton Furst

The Forty-six Street promenade looking south to the Gardner Overpass
4




Tampoco es que pueda decirse que esté mal,
aunque la historia no sea nada del otro jueves. El guión de Alan Grant y Denny O´Neil es solvente y se sigue con agrado. Pero no sería un arco argumental especialmente memorable si no fuera por la vieja Gotham que aflora majestuosa en sus páginas y a la que, construcción a construcción, vamos redescubriendo con cada una de las demoliciones del "Destructor". Al igual que en Las ciudades oscuras, es en la belleza de los diseños arquitectónicos de Cyrus Pinkney, en la ficción, y de Anton Furst para el Batman de Burton en la realidad, donde reside el verdadero encanto de esta miniserie. 

Unos diseños y una historia que pueden encontrarse también, si no recuerdo mal, en el tomo Las puertas de Gotham y que ahora  me vais a permitir que comparta aquí con vosotros: 


the old Gotham City Police Headquarters
5
Looking east from the top of the Wayne Building
3
McFarland Street in the financial district
2
the city skyline looking west from across the Gotam River
1

martes, 6 de marzo de 2012

Super Spy, versión cronológica

Decía yo que, además de en el orden propuesto por Matt Kindt, esta joya que es el Super Spy puede leerse en riguroso sentido cronológico, siguiendo la numeración de los dosieres.  Pues bien, aprovechando la libertad y las posibilidades de interacción que ofrece el formato digital me he entretenido estos días haciendo la prueba y reconstruyendo esta otra forma de acercarse al tebeo. 

He aquí el resultado:


Nueva carpeta

lunes, 27 de febrero de 2012

Yo maté a Adolf Hitler, de Jason


No deja de hacerme gracia la fina ironía que se oculta tras la aparente frialdad de Jason. El tipo este es capaz de tomar cuantos elementos fantásticos, lindando con lo surrealista, se le pasen por la cabeza -asesinos profesionales, viajes en el tiempo, Adolf Hitler perdido en el presente- y darles un tratamiento de seriedad y solemnidad que no se cree ni él. Pero lo más divertido es que en el fondo los temas que aborda Jason a través de esta curiosa forma de ironía distanciada son realmente muy serios y muy solemnes. Es decir, temas graves que chocan con los elementos fantasiosos que elige para exponerlos que  a su vez chocan con el tono solemne con que los reviste...

En este caso, aunque parezca una historia de ciencia ficción al uso, la típica ucronía asociada a los viajes en el tiempo, del tipo, literalmente hablando, "¿y si viajara al pasado y matara a Hitler?", en realidad estamos ante una  historia romántica. Una hermosa historia de amor,  de esos amores que saltan por encima de todas las barreras, en especial de las que impone el tiempo... Es curioso que ambos amantes apenas puedan compartir sus vidas más que por muy breves períodos de tiempo, y sin embargo, pese a ello, o tal vez gracias a ello, consigan lo que muy pocas parejas logran habitualmente: mantenerse unidos hasta la vejez...

Aunque por lo general prefiero al Jason de las historias cortas, incluso el de las mudas, diré que Yo maté a Adolf Hitler me parece a la altura de sus mejores tebeos. Un relato verdaderamente notable. 

Y por cierto, extraordinario el uso del color.


lunes, 20 de febrero de 2012

Período glaciar, de Nicolas de Crècy


Menudo  varapalo  en toda  la jeta de los historiadores...

Muy curioso  el repaso a las grandezas y a las  miserias de nuestra civilización desde la distancia y desde la perspectiva imaginaria que otorgan los siglos, o tal vez los milenios... El mercado de abasto como centro espiritual de nuestra sociedad, el escudo del Olympique de Marsella con lema inspirador,  las esculturas de Louvre como  fedatarias de nuestra evolución y nuestra decadencia, pero sobre todo  el genial tebeo que se puede articular a partir de su pinacoteca.  De largo la parte más brillante de este Período glaciar

Del resto, bien, aunque tampoco me entusiasma. Me sobra especialmente la perorata de las esculturas y el cerdo de las gafas de sol... 

Os dejo con lo que más me gusta del tebeo:
 
PERIODO-GLACIAR-de-NICOLAS-DE-CRECY-Ponent-Mon-sambre-scan

domingo, 19 de febrero de 2012

Lovecraft, de Hans Rodionoff, Keith Giffen y Enrique Breccia


No sé si siempre se puede aplicar aquello de "de  tal palo tal astilla", pero desde luego que Enrique es más que digno heredero de su apellido. No ha perdido el tiempo el hijo de Alberto, vaya que no. Quizá sea el suyo, por lo menos aquí,  un dibujo más convencional, más respetuoso con las estrictas reglas de la comercialidad que el de su padre, lo que no le hace menos merecedor de encomio. 

Siempre he pensado que al mundo de Lovecraft le beneficia su adcripción a los territorios de la literatura, que la representación en imagenes de esas horrendas criaturas primigenias jamás podrá estar a la altura de lo que  la fértil imaginación del lector pueda llegar a conjeturar. Sigo pensándolo, pero hay que admitir que el trabajo de Breccia sabe esquivar el mayor de los peligros que ronda a quienes se atreven a prestarle forma a la mitología de Cthulhu, a saber: el de caer en el ridículo. En manos de Enrique el horror de Lovecraft se torna más hermoso y  evocador que terrorífico, además bellamente secundado por un uso del color que se adapta admirablemente a los diferentes contextos de la historia. 

¿Y qué decir del guión de Hans Rodionoff y Keith Giffen? ¿Qué decir de la biografía más seria, rigurosa y valiente que se haya escrito jamás sobre Howard Phillip? Somos muchos los que estamos convencidos de que el escritor de Providence nunca inventó nada, de que simplemente fue el tenaz cronista de esa siniestra realidad oculta que rige el universo, pero somos menos los que nos atrevemos a decirlo públicamente. En este sentido el guión juega con habilidad sus cartas, escondiendo hasta el final su posicionamiento. Rodionoff y Giffen nos muestran a un Lovecraft devorado por la duda, que oscila entre el miedo a la locura y la fe  en su propia lucidez. Juegan a ambas posibilidades, hacen equilibrismo en el filo de la navaja y se dejan querer por igual. Pero al final tienen la valentía de no caer en la solución fácil, la de cargarlo todo a cuenta de la inestabilidad mental de Lovecraft, y en un merecido guiño literario aciertan a otorgarle carta de naturaleza a la realidad descrita por el escritor.

Una obra muy recomendable.


sábado, 18 de febrero de 2012

Super Spy, de Matt Kindt


Llevo horas dándole vueltas a la cuestión de qué voy a comentar sobre este tebeo. Elementos no le faltan para ello; en mi modesta opinión estamos ante uno de los diez mejores tebeos de la década pasada. O de los cinco, si me dejo de falsas modestias. Por ejemplo podría elogiar el  planteamiento de Kindt, que recrea la II Guerra Mundial desde la optica, quizá no necesariamente novedosa pero sí menos frecuentada, de los servicios de inteligencia y su batalla por el control de la información. Batalla que, por lo que señala la Historia, no fue precisamente baladí para el resultado final de la contienda. 


O podría remarcar el perfecto equilibrio que alcanzan los relatos breves de los que se compone y la historia coral en la que se entrelazan y enriquecen. Los dosieres, que pueden ser leídos en el orden que propone Kindt o, siguiendo su numeración, hacerlo en riguroso orden cronológico, constituyen unidades narrativas con la suficiente fuerza como para funcionar por sí mismos, pero es sin duda en la integración con los demás donde encuentran su pleno significado. En este sentido una comparación se me viene a la cabeza: al igual que en el Monster de Urasawa, Super Spy está construido sobre la base de un puñado de relatos sobresalientes que de por sí ya serían suficientes para justificar su lectura; a diferencia de aquel, con más agujeros que un queso emental, Super Spy no naufraga en la elaboración de un entramado global que preste sustento a las historias. Por el contrario el argumento   es sólido, cohesionado y sin fisuras, aun cuando no siempre sea sencillo encajar todas las piezas del puzzle. Es más, por momentos el lector se siente parte de esta trama de engaños  y traiciones: desconfía de todos y  tiene siempre puesto un ojo avizor en las sombras.       


Sí, podría hablar de ello y de mucho más,  pero lo que de verdad me entusiasma es mostraros la maravillosa versatilidad de estilos y diseños gráficos de la que hace gala Kindt. Acuarelas, claroscuros, dibujos abocetados, panorámicas de varias páginas, ilustraciones infantiles, tiras de prensa... Super Spy es un monumento inconmensurable a las posibilidades narrativas y estéticas del cómic.

Lo diré una vez más: de lo mejor que se ha hecho en la última década.
















miércoles, 8 de febrero de 2012

The League of Extraordinary Gentleman Century: 1910 y 1969, de Alan Moore y Kevin O´Neill



Decía yo de los japos, pero anda que el Moore. 1910, ¿un tebeo músical?... ¡una ópera de papel!... No me extraña que los más nos quedemos a cuadros cuando John Macheath, alías Mackie el Navaja -no confundir con el Makinavaja de Ivá, o tal vez sí- ya en el patíbulo y con la soga al cuello rompe a cantar su balada... 

Es cierto que la serie parece más una enciclopedia de literatura fantástica, o de literatura a secas, que un tebeo, y que las copiosas referencias a obras y personajes, que obligan a consultar la wikipedia a cada dos por tres si no se quiere acabar  perdido, convierten su lectura en un ejercicio extenuante. Pero si se hace el esfuerzo Century resulta  bastante agradecida. En el caso de 1910  haremos bien no perdiendo nunca de vista las canciones, personajes y  acontecimientos de La ópera de tres peniques, de Brecht: de esa pieza  se sirve Moore para sostener y organizar la trama del tebeo. 

Más complicado resulta el caso de 1969. Siguiendo con la estrategia de sustituir la realidad historica  por su equivalente en la ficción, en 1969 la tarea de identificar esos cambios, aun en una época que por su mayor cercanía en el tiempo debería resultar más reconocible para el lector se torna, además de irresistible, completamente inabarcable. Son tantos y tan abundantes que uno puede terminar sintiéndose en la piel de ese Andrew Norton, El Prisionero de Londres,  cuya principal tarea es la de contemplar y reconocer los referentes literarios en los que se inspira el mundo de The League of...  

Es curioso el caso de El Prisionero de Londres. Personaje creado para la ocasión que puede moverse libremente a través del tiempo, pero está obligado a permanecer anclado  al espacio de la ciudad,   vendría a ser una especie de erudito de la literatura que, procedente de nuestra realidad,  sirve más para orientar y ofrecer pistas al lector que a los propios personajes de la Liga, al que rara vez le entienden algo.

De ambos volumenes me quedo, en 1910, con la forma sorprendente en que las canciones de Brecht se ajustan a las intenciones de Moore, en especial la balada  Jenny la de los piratas, sin duda la parte del tebeo que más me entusiasma. En cuanto a 1969, yo resaltaría la más que sugestiva versión de la época hippie que, como no puede ser de otra manera, da rienda suelta y hasta el agotamiento al lema de Sexo, Brujería y Rock and Roll.

Sin embargo un pero voy a atreverme a ponerle: la saturación de personajes y situaciones fantásticas de la que hace gala la serie  convierte al  mundo de The League of... en una especie de delirio surrealista de muy difícil digestión. Es cierto que Moore inventa poco y que todo  existe ya y puede ser encontrado en novelas y películas. Pero lo que hace de ellos personajes y situaciones extraordinarias  es justamente su condición de únicos y excluyentes dentro de sus respectivos mundos de ficción. Esta mezcolanza y reiteración hasta el hartazgo de lo maravilloso sólo puede servir para robarles a todos y cada de uno de ellos gran parte de su encanto. 

Con todo, Moore sigue siendo mucho Moore.

sábado, 4 de febrero de 2012

Así habló Zaratustra, el manga



Estos japos no le temen a nada. Ni a la filosofía, ni a Nietzsche ni a la madre que los pario. La receta es bien sencilla:  unas pinceladas sueltas del libro de Nietzsche, otras de su biografía,  algunos elementos curiosos, como  Alex y su pandilla, que parecen escapados directamente de La naranja mecánica de Kubrick; un asesino en serie para animar el cotarro o una desconocida pechugona y minifaldera que representa, faltaría más, al eterno retorno de lo mismo; se agita todo y ya tenemos  un dramón tremendista de rompe y rasga. Listo para servir en copa de cuello alto. 

Sí, definitivamente este Así habló Zaratustra, el manga, tiene más  de drama, de obra esencialmente narrativa, que de verdadera aventura intelectual. Eso sí, un drama no del todo fallido, con situaciones de gran intensidad y reflexiones  no carentes por completo de interés.  El problema es que de Nietzsche, más bien nada. Y a lo poquito que recoge,  le da la vuelta como a un calcetín usado y lo transforma en algo más digno de un Schopenhauer que del propio Nietzsche. 

¿Nietzsche-Zaratustra angustiado por la carencia de sentido de la vida? ¿Nietzsche-Zaratustra decidido a poner fin a la rueda del eterno retorno? Pero si es justamente contra eso contra lo que se rebeló su filosofía. Frente al pesimismo de Schopenhauer, claramente influido por el budismo, que consideraba necesario escapar a las exigencias de la vida,  por juzgarla completamente inútil, Nietzsche oponía un amor incondicional a la misma, con toda su crudeza y falta de significado; frente a la doctrina del Nirvana, que  quiere romper el ciclo de reencarnaciones para disolver el yo en la nada, el oponía el concepto del eterno retorno, el individuo que vive una y otra vez la misma vida, hasta el infinito,  con satisfacción y alegría. Este Nietzsche-Zaratustra dolorido y apesadumbrado por la herida de la muerte de dios me da a mí que hubiera avergonzado al filósofo de Rockën. 

De todas formas, como curiosidad, es un tebeo más que recomendable.

viernes, 3 de febrero de 2012

Las Ciudades oscuras, de Benoît Peeters y François Schuiten

 
"... es hora de hacer un primer balance de este mundo de Ciudades oscuras.... Quizá sea una leyenda, pero de tal amplitud, de tal calidad de presencia, que se distingue de cualquier invención similar. No hay aquí nada maravilloso, no hay delirio, ni genios ni unicornios, ninguna de esas grotescas naves que revolotean de una estrella a otra, sino un mundo completo con sus arquitectos y sus leyes, su técnicas y sus escándalos, sus religiones y sus locuras. Un mundo que, si bien tiene más de un punto en común con el nuestro, parece haberse desarrollado de forma más sistemática y, si me atrevo a decirlo, más armoniosa."

El archivista (pieza nº 17)


Transita, faltaría más, a la vera del Tlön, Uqbar y Orbis Tertius, de Borges, o de Las ciudades invisibles, de Calvino,  incluso de algún que otro referente clásico de la literatura fantástica como el Kafka de El castillo o el Julio Verne de De la Tierra a la Luna o Viaje al centro de la Tierra, lo que no resta ni un ápice de originalidad al universo imaginario que aciertan a levantar Schuiten y Peeters, arrebatador en la belleza de sus diseños y formas,  en la riqueza arquitectónica de sus ciudades, o en sus imaginativas propuestas argumentales que van más allá de las propias ciudades: la desconcertante red de La fiebre de Urbicanda, la hermosura de la proyección a color en La sombra de un hombre, o esa inverosimil chica inclinada... 

También en el plano narrativo sorprende la variedad de registros de la serie, desde fotomontajes hasta álbumes a color o en blanco  y negro, a veces ambas cosas a la vez; estructuras convencionales donde se sigue el recorrido de un único personaje principal, como en Brüsel o en La Torre, o historias corales  de varias lineas argumentales que terminan confluyendo, como en La chica inclinada

Y después está El archivista, un álbum a otro nivel, de largo el que más he disfrutado leyendo y mirando. Desde luego quien por lo que fuere no pudiera leer más que uno, que no lo dude ni un instante: El archivista es su tebeo.

¿En el debe? Quiza ante la magestuosidad de los espacios el drama humano, excaso y no siempre bien elaborado, se diluye y suscita poco interés. Además las relaciones personales parecen forzadas y el sexo metido con calzador, en parte, supongo, por aquello de atrapar lectores y darle una apariencia más adulta. Me sobra también el homenaje a Borges en El archivista, tal vez excesivamente obvio, pero... ¿a quién puede importarle tales minucias cuando la red sigue expandiéndose  a velocidad de vértigo a través de Las Ciudades oscuras?

Una serie imprescindible.

lunes, 30 de enero de 2012

Rorschach frente a Ozymandias: aterradora simetría



Ya se ha señalado en otras ocasiones que la imagen que Moore proyecta en Watchmen de la figura de Rorschach es, de alguna manera, una especie de reflejo invertido en el espejo de Ozymandias. Ozymandias es bello, pulcro, triunfador y políticamente izquierdoso, seguramente filocomunista. Rorschach por su parte es feo, sucio, marginado y políticamente derechista, seguramente fascista. De hecho ambos son protagonistas del capítulo V, Aterradora simetría, ese episodio construído a la manera de una proyección especular que, no por casualidad, coloca en el centro de la trama a Veidt haciendo aquello que mejor sabe hacer en el tebeo: matar. Sin duda Rorschach es el vigilante que con más decisión se opone a las pretensiones de Ozymandias, el único que remueve cielo y tierra con tal de ponerle en jaque, aun cuando, como no puede ser de otra manera en imágenes simétricas, a ambos les une el mismo eje: la aparente convicción de que el fin justifica los medios.


Sin embargo comprobamos al final que Rorschach declina  transigir con la solución de conveniencia que a los demás les parece inevitable, y que prefiere morir antes que dejar salirse con las suyas a Ozymandias. Al respecto señalaba Rafa Marín en el artículo Mis Watchmen, publicado  en el libro Alan Moore, el señor del tiempo, que este gesto de rebeldía, que claramente se opone a la divisa anterior, marca la culminación del proceso de maduración del personaje, lectura que  es avalada también por Javier Redal en el artículo El mundo de Watchmen, del mismo libro. Marín llega incluso a afirma en relación al Rorschach inicial que "... nunca ha tenido escrupulos en matar y tomarse la justicia por su cuenta..."

Hay algo en esta interpretación  que no termina de convencerme. Siempre he tenido la impresión de que el Rorschach que prefiere morir antes que ocultar la verdad no es un Rorschach diferente al que hemos visto durante todo el tebeo. Creo que, a diferencia de Veidt, incluso a diferencia de El Comediante, al que admira como una figura paterna, y  al que excusa en sus deslices morales, su adscripción al todo vale nunca fue completa ni incondicional; desde el principio hubo una línea infranqueable que determina el contorno de sus escrúpulos: Rorschach sólo ejerce la violencia despiadada contra aquellos a los que considera indiscutiblemente culpables, jamás contra  inocentes. Ese es el límite que él mismo se impone y lo que en mi opinión no puede tolerar de la solución gordiana de Veidt; ese caracter indiscriminado de la muerte a granel y al por mayor que iguala en su terrible inexorabilidad a culpables e inocentes sin posibilidad de distinción ninguna. Porque para él, habitante de un mundo sin matices, donde luces y sombras nunca deben confundirse, el plan de Veidt implica forzosamente el desmoronamiento del último dique de contención que separaba el bien del mal y los hacía inteligibles. 

 Más que madurar, yo diría que simplemente en el contexto del nuevo orden forjado por Ozymandias a Rorschach  ya no le es posible continuar viviendo.