jueves, 12 de enero de 2012

Agujero negro (Black Hole), de Charles Burns



Reconozco que le tenía miedo a Burns después de haber leído  Burn again. Imperdonable error. Es cierto que  abundan las imágenes inquietantes, a veces repulsivas. Pero no hay arbitriaridades caprichosas en Black Hole. Al contrario, predomina la emoción, muy justificada y muy humana... demasiado humana. 

Parábola turbadora y plena de aciertos sobre el mundo de la adolescencia y la marginación que subyace en ella. Algunos aciertos: el propio retrato de los adolescentes, típicamente norteamericanos, sí, pero que con matices bien podrían ser adolescentes de cualquier rincón del planeta; lo azaroso del bacilo, donde cualquiera puede convertirse de la noche a la mañana en un paria social, detalle que acentúa más si cabe la angustia que destilan sus páginas; la asimilación de la mirada ajena como propia, los afectados que se sienten y actuan como monstruos sólo porque saben que es así como los ven los demás, incluso en los casos en que los estragos  del bacilo apenas dejan rasgos visibles en ellos; y por supuesto la inevitable degración moral de quien interioriza la tara que todo el mundo le señala... 

Y después está el dibujo de Burns... Trazos gruesos y grandes bloques de un negro muy denso, muy compacto, que a pesar de cierta apariencia de tosquedad le dotan de una belleza  rotunda, muy física. Y para rematar, la maestría con la que Burns sabe traducir a imagenes las emociones por las que atraviesan su personajes, dibujos que basculan entre lo onírico y lo pesadillezco, composiciones de página de corte expresionista que nos meten de lleno en las ansiedades y frustraciones que padecen...

Un grandísimo tebeo. Nada que ver, afortunadamente, con el  Burn again.

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