domingo, 15 de julio de 2012

A god man, de Lynd Ward



Al parecer antes del Yellow kid y las tiras de prensa, que suelen ser unánimemente reconocidas como el punto de arranque del cómic entendido como industria, la narrativa dibujada fue sobre todo una curisosidad pictórica desarrollada por artistas como Rodolphe Töpffer, Frans Masereel o Gustav Dore. De ese período inaugural las novelas mudas de Lynd Ward, talladas en madera, pueden considerarse como el último exponente de una forma de hacer  historietas entendida como arte; libre de imposiciones comerciales y más atenta a sus posibilidades expresivas que a las exigencias dictadas por las cifras de ventas.

Si en el apartado gráfico los referentes principales de Ward pueden situarse en ilustradores como Otto Nückel o el propio Masereel, en lo narrativo uno tiene la impresión de hallarse ante un genuíno film de la época. El caracter alegórico  y algo simplista de su trama le confiere cierto aire a clásico del período mudo -no olvidemos que A god man tiene fecha de  1929-; a película como Las tres luces, de Lang, La carreta fantasma de Victor Sjöström o El septimo cielo de Frank Borzage, por decir algunos títulos más o menos conocidos. 

Con todo lo que más se disfruta de esta novela gráfica antes de las novelas gráficas es la fuerza expresionista de su talla, admirable en su magestuoso dominio de los espacios y los encuadres, de los  juegos de luces y sombras, y en especial de las expresiones faciales y corporales, siempre de gran belleza plástica.

En fin, lo dicho, un clásico. 


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