lunes, 27 de febrero de 2012

Yo maté a Adolf Hitler, de Jason


No deja de hacerme gracia la fina ironía que se oculta tras la aparente frialdad de Jason. El tipo este es capaz de tomar cuantos elementos fantásticos, lindando con lo surrealista, se le pasen por la cabeza -asesinos profesionales, viajes en el tiempo, Adolf Hitler perdido en el presente- y darles un tratamiento de seriedad y solemnidad que no se cree ni él. Pero lo más divertido es que en el fondo los temas que aborda Jason a través de esta curiosa forma de ironía distanciada son realmente muy serios y muy solemnes. Es decir, temas graves que chocan con los elementos fantasiosos que elige para exponerlos que  a su vez chocan con el tono solemne con que los reviste...

En este caso, aunque parezca una historia de ciencia ficción al uso, la típica ucronía asociada a los viajes en el tiempo, del tipo, literalmente hablando, "¿y si viajara al pasado y matara a Hitler?", en realidad estamos ante una  historia romántica. Una hermosa historia de amor,  de esos amores que saltan por encima de todas las barreras, en especial de las que impone el tiempo... Es curioso que ambos amantes apenas puedan compartir sus vidas más que por muy breves períodos de tiempo, y sin embargo, pese a ello, o tal vez gracias a ello, consigan lo que muy pocas parejas logran habitualmente: mantenerse unidos hasta la vejez...

Aunque por lo general prefiero al Jason de las historias cortas, incluso el de las mudas, diré que Yo maté a Adolf Hitler me parece a la altura de sus mejores tebeos. Un relato verdaderamente notable. 

Y por cierto, extraordinario el uso del color.


lunes, 20 de febrero de 2012

Período glaciar, de Nicolas de Crècy


Menudo  varapalo  en toda  la jeta de los historiadores...

Muy curioso  el repaso a las grandezas y a las  miserias de nuestra civilización desde la distancia y desde la perspectiva imaginaria que otorgan los siglos, o tal vez los milenios... El mercado de abasto como centro espiritual de nuestra sociedad, el escudo del Olympique de Marsella con lema inspirador,  las esculturas de Louvre como  fedatarias de nuestra evolución y nuestra decadencia, pero sobre todo  el genial tebeo que se puede articular a partir de su pinacoteca.  De largo la parte más brillante de este Período glaciar

Del resto, bien, aunque tampoco me entusiasma. Me sobra especialmente la perorata de las esculturas y el cerdo de las gafas de sol... 

Os dejo con lo que más me gusta del tebeo:
 
PERIODO-GLACIAR-de-NICOLAS-DE-CRECY-Ponent-Mon-sambre-scan

domingo, 19 de febrero de 2012

Lovecraft, de Hans Rodionoff, Keith Giffen y Enrique Breccia


No sé si siempre se puede aplicar aquello de "de  tal palo tal astilla", pero desde luego que Enrique es más que digno heredero de su apellido. No ha perdido el tiempo el hijo de Alberto, vaya que no. Quizá sea el suyo, por lo menos aquí,  un dibujo más convencional, más respetuoso con las estrictas reglas de la comercialidad que el de su padre, lo que no le hace menos merecedor de encomio. 

Siempre he pensado que al mundo de Lovecraft le beneficia su adcripción a los territorios de la literatura, que la representación en imagenes de esas horrendas criaturas primigenias jamás podrá estar a la altura de lo que  la fértil imaginación del lector pueda llegar a conjeturar. Sigo pensándolo, pero hay que admitir que el trabajo de Breccia sabe esquivar el mayor de los peligros que ronda a quienes se atreven a prestarle forma a la mitología de Cthulhu, a saber: el de caer en el ridículo. En manos de Enrique el horror de Lovecraft se torna más hermoso y  evocador que terrorífico, además bellamente secundado por un uso del color que se adapta admirablemente a los diferentes contextos de la historia. 

¿Y qué decir del guión de Hans Rodionoff y Keith Giffen? ¿Qué decir de la biografía más seria, rigurosa y valiente que se haya escrito jamás sobre Howard Phillip? Somos muchos los que estamos convencidos de que el escritor de Providence nunca inventó nada, de que simplemente fue el tenaz cronista de esa siniestra realidad oculta que rige el universo, pero somos menos los que nos atrevemos a decirlo públicamente. En este sentido el guión juega con habilidad sus cartas, escondiendo hasta el final su posicionamiento. Rodionoff y Giffen nos muestran a un Lovecraft devorado por la duda, que oscila entre el miedo a la locura y la fe  en su propia lucidez. Juegan a ambas posibilidades, hacen equilibrismo en el filo de la navaja y se dejan querer por igual. Pero al final tienen la valentía de no caer en la solución fácil, la de cargarlo todo a cuenta de la inestabilidad mental de Lovecraft, y en un merecido guiño literario aciertan a otorgarle carta de naturaleza a la realidad descrita por el escritor.

Una obra muy recomendable.


sábado, 18 de febrero de 2012

Super Spy, de Matt Kindt


Llevo horas dándole vueltas a la cuestión de qué voy a comentar sobre este tebeo. Elementos no le faltan para ello; en mi modesta opinión estamos ante uno de los diez mejores tebeos de la década pasada. O de los cinco, si me dejo de falsas modestias. Por ejemplo podría elogiar el  planteamiento de Kindt, que recrea la II Guerra Mundial desde la optica, quizá no necesariamente novedosa pero sí menos frecuentada, de los servicios de inteligencia y su batalla por el control de la información. Batalla que, por lo que señala la Historia, no fue precisamente baladí para el resultado final de la contienda. 


O podría remarcar el perfecto equilibrio que alcanzan los relatos breves de los que se compone y la historia coral en la que se entrelazan y enriquecen. Los dosieres, que pueden ser leídos en el orden que propone Kindt o, siguiendo su numeración, hacerlo en riguroso orden cronológico, constituyen unidades narrativas con la suficiente fuerza como para funcionar por sí mismos, pero es sin duda en la integración con los demás donde encuentran su pleno significado. En este sentido una comparación se me viene a la cabeza: al igual que en el Monster de Urasawa, Super Spy está construido sobre la base de un puñado de relatos sobresalientes que de por sí ya serían suficientes para justificar su lectura; a diferencia de aquel, con más agujeros que un queso emental, Super Spy no naufraga en la elaboración de un entramado global que preste sustento a las historias. Por el contrario el argumento   es sólido, cohesionado y sin fisuras, aun cuando no siempre sea sencillo encajar todas las piezas del puzzle. Es más, por momentos el lector se siente parte de esta trama de engaños  y traiciones: desconfía de todos y  tiene siempre puesto un ojo avizor en las sombras.       


Sí, podría hablar de ello y de mucho más,  pero lo que de verdad me entusiasma es mostraros la maravillosa versatilidad de estilos y diseños gráficos de la que hace gala Kindt. Acuarelas, claroscuros, dibujos abocetados, panorámicas de varias páginas, ilustraciones infantiles, tiras de prensa... Super Spy es un monumento inconmensurable a las posibilidades narrativas y estéticas del cómic.

Lo diré una vez más: de lo mejor que se ha hecho en la última década.
















miércoles, 8 de febrero de 2012

The League of Extraordinary Gentleman Century: 1910 y 1969, de Alan Moore y Kevin O´Neill



Decía yo de los japos, pero anda que el Moore. 1910, ¿un tebeo músical?... ¡una ópera de papel!... No me extraña que los más nos quedemos a cuadros cuando John Macheath, alías Mackie el Navaja -no confundir con el Makinavaja de Ivá, o tal vez sí- ya en el patíbulo y con la soga al cuello rompe a cantar su balada... 

Es cierto que la serie parece más una enciclopedia de literatura fantástica, o de literatura a secas, que un tebeo, y que las copiosas referencias a obras y personajes, que obligan a consultar la wikipedia a cada dos por tres si no se quiere acabar  perdido, convierten su lectura en un ejercicio extenuante. Pero si se hace el esfuerzo Century resulta  bastante agradecida. En el caso de 1910  haremos bien no perdiendo nunca de vista las canciones, personajes y  acontecimientos de La ópera de tres peniques, de Brecht: de esa pieza  se sirve Moore para sostener y organizar la trama del tebeo. 

Más complicado resulta el caso de 1969. Siguiendo con la estrategia de sustituir la realidad historica  por su equivalente en la ficción, en 1969 la tarea de identificar esos cambios, aun en una época que por su mayor cercanía en el tiempo debería resultar más reconocible para el lector se torna, además de irresistible, completamente inabarcable. Son tantos y tan abundantes que uno puede terminar sintiéndose en la piel de ese Andrew Norton, El Prisionero de Londres,  cuya principal tarea es la de contemplar y reconocer los referentes literarios en los que se inspira el mundo de The League of...  

Es curioso el caso de El Prisionero de Londres. Personaje creado para la ocasión que puede moverse libremente a través del tiempo, pero está obligado a permanecer anclado  al espacio de la ciudad,   vendría a ser una especie de erudito de la literatura que, procedente de nuestra realidad,  sirve más para orientar y ofrecer pistas al lector que a los propios personajes de la Liga, al que rara vez le entienden algo.

De ambos volumenes me quedo, en 1910, con la forma sorprendente en que las canciones de Brecht se ajustan a las intenciones de Moore, en especial la balada  Jenny la de los piratas, sin duda la parte del tebeo que más me entusiasma. En cuanto a 1969, yo resaltaría la más que sugestiva versión de la época hippie que, como no puede ser de otra manera, da rienda suelta y hasta el agotamiento al lema de Sexo, Brujería y Rock and Roll.

Sin embargo un pero voy a atreverme a ponerle: la saturación de personajes y situaciones fantásticas de la que hace gala la serie  convierte al  mundo de The League of... en una especie de delirio surrealista de muy difícil digestión. Es cierto que Moore inventa poco y que todo  existe ya y puede ser encontrado en novelas y películas. Pero lo que hace de ellos personajes y situaciones extraordinarias  es justamente su condición de únicos y excluyentes dentro de sus respectivos mundos de ficción. Esta mezcolanza y reiteración hasta el hartazgo de lo maravilloso sólo puede servir para robarles a todos y cada de uno de ellos gran parte de su encanto. 

Con todo, Moore sigue siendo mucho Moore.

sábado, 4 de febrero de 2012

Así habló Zaratustra, el manga



Estos japos no le temen a nada. Ni a la filosofía, ni a Nietzsche ni a la madre que los pario. La receta es bien sencilla:  unas pinceladas sueltas del libro de Nietzsche, otras de su biografía,  algunos elementos curiosos, como  Alex y su pandilla, que parecen escapados directamente de La naranja mecánica de Kubrick; un asesino en serie para animar el cotarro o una desconocida pechugona y minifaldera que representa, faltaría más, al eterno retorno de lo mismo; se agita todo y ya tenemos  un dramón tremendista de rompe y rasga. Listo para servir en copa de cuello alto. 

Sí, definitivamente este Así habló Zaratustra, el manga, tiene más  de drama, de obra esencialmente narrativa, que de verdadera aventura intelectual. Eso sí, un drama no del todo fallido, con situaciones de gran intensidad y reflexiones  no carentes por completo de interés.  El problema es que de Nietzsche, más bien nada. Y a lo poquito que recoge,  le da la vuelta como a un calcetín usado y lo transforma en algo más digno de un Schopenhauer que del propio Nietzsche. 

¿Nietzsche-Zaratustra angustiado por la carencia de sentido de la vida? ¿Nietzsche-Zaratustra decidido a poner fin a la rueda del eterno retorno? Pero si es justamente contra eso contra lo que se rebeló su filosofía. Frente al pesimismo de Schopenhauer, claramente influido por el budismo, que consideraba necesario escapar a las exigencias de la vida,  por juzgarla completamente inútil, Nietzsche oponía un amor incondicional a la misma, con toda su crudeza y falta de significado; frente a la doctrina del Nirvana, que  quiere romper el ciclo de reencarnaciones para disolver el yo en la nada, el oponía el concepto del eterno retorno, el individuo que vive una y otra vez la misma vida, hasta el infinito,  con satisfacción y alegría. Este Nietzsche-Zaratustra dolorido y apesadumbrado por la herida de la muerte de dios me da a mí que hubiera avergonzado al filósofo de Rockën. 

De todas formas, como curiosidad, es un tebeo más que recomendable.

viernes, 3 de febrero de 2012

Las Ciudades oscuras, de Benoît Peeters y François Schuiten

 
"... es hora de hacer un primer balance de este mundo de Ciudades oscuras.... Quizá sea una leyenda, pero de tal amplitud, de tal calidad de presencia, que se distingue de cualquier invención similar. No hay aquí nada maravilloso, no hay delirio, ni genios ni unicornios, ninguna de esas grotescas naves que revolotean de una estrella a otra, sino un mundo completo con sus arquitectos y sus leyes, su técnicas y sus escándalos, sus religiones y sus locuras. Un mundo que, si bien tiene más de un punto en común con el nuestro, parece haberse desarrollado de forma más sistemática y, si me atrevo a decirlo, más armoniosa."

El archivista (pieza nº 17)


Transita, faltaría más, a la vera del Tlön, Uqbar y Orbis Tertius, de Borges, o de Las ciudades invisibles, de Calvino,  incluso de algún que otro referente clásico de la literatura fantástica como el Kafka de El castillo o el Julio Verne de De la Tierra a la Luna o Viaje al centro de la Tierra, lo que no resta ni un ápice de originalidad al universo imaginario que aciertan a levantar Schuiten y Peeters, arrebatador en la belleza de sus diseños y formas,  en la riqueza arquitectónica de sus ciudades, o en sus imaginativas propuestas argumentales que van más allá de las propias ciudades: la desconcertante red de La fiebre de Urbicanda, la hermosura de la proyección a color en La sombra de un hombre, o esa inverosimil chica inclinada... 

También en el plano narrativo sorprende la variedad de registros de la serie, desde fotomontajes hasta álbumes a color o en blanco  y negro, a veces ambas cosas a la vez; estructuras convencionales donde se sigue el recorrido de un único personaje principal, como en Brüsel o en La Torre, o historias corales  de varias lineas argumentales que terminan confluyendo, como en La chica inclinada

Y después está El archivista, un álbum a otro nivel, de largo el que más he disfrutado leyendo y mirando. Desde luego quien por lo que fuere no pudiera leer más que uno, que no lo dude ni un instante: El archivista es su tebeo.

¿En el debe? Quiza ante la magestuosidad de los espacios el drama humano, excaso y no siempre bien elaborado, se diluye y suscita poco interés. Además las relaciones personales parecen forzadas y el sexo metido con calzador, en parte, supongo, por aquello de atrapar lectores y darle una apariencia más adulta. Me sobra también el homenaje a Borges en El archivista, tal vez excesivamente obvio, pero... ¿a quién puede importarle tales minucias cuando la red sigue expandiéndose  a velocidad de vértigo a través de Las Ciudades oscuras?

Una serie imprescindible.