lunes, 30 de enero de 2012

Rorschach frente a Ozymandias: aterradora simetría



Ya se ha señalado en otras ocasiones que la imagen que Moore proyecta en Watchmen de la figura de Rorschach es, de alguna manera, una especie de reflejo invertido en el espejo de Ozymandias. Ozymandias es bello, pulcro, triunfador y políticamente izquierdoso, seguramente filocomunista. Rorschach por su parte es feo, sucio, marginado y políticamente derechista, seguramente fascista. De hecho ambos son protagonistas del capítulo V, Aterradora simetría, ese episodio construído a la manera de una proyección especular que, no por casualidad, coloca en el centro de la trama a Veidt haciendo aquello que mejor sabe hacer en el tebeo: matar. Sin duda Rorschach es el vigilante que con más decisión se opone a las pretensiones de Ozymandias, el único que remueve cielo y tierra con tal de ponerle en jaque, aun cuando, como no puede ser de otra manera en imágenes simétricas, a ambos les une el mismo eje: la aparente convicción de que el fin justifica los medios.


Sin embargo comprobamos al final que Rorschach declina  transigir con la solución de conveniencia que a los demás les parece inevitable, y que prefiere morir antes que dejar salirse con las suyas a Ozymandias. Al respecto señalaba Rafa Marín en el artículo Mis Watchmen, publicado  en el libro Alan Moore, el señor del tiempo, que este gesto de rebeldía, que claramente se opone a la divisa anterior, marca la culminación del proceso de maduración del personaje, lectura que  es avalada también por Javier Redal en el artículo El mundo de Watchmen, del mismo libro. Marín llega incluso a afirma en relación al Rorschach inicial que "... nunca ha tenido escrupulos en matar y tomarse la justicia por su cuenta..."

Hay algo en esta interpretación  que no termina de convencerme. Siempre he tenido la impresión de que el Rorschach que prefiere morir antes que ocultar la verdad no es un Rorschach diferente al que hemos visto durante todo el tebeo. Creo que, a diferencia de Veidt, incluso a diferencia de El Comediante, al que admira como una figura paterna, y  al que excusa en sus deslices morales, su adscripción al todo vale nunca fue completa ni incondicional; desde el principio hubo una línea infranqueable que determina el contorno de sus escrúpulos: Rorschach sólo ejerce la violencia despiadada contra aquellos a los que considera indiscutiblemente culpables, jamás contra  inocentes. Ese es el límite que él mismo se impone y lo que en mi opinión no puede tolerar de la solución gordiana de Veidt; ese caracter indiscriminado de la muerte a granel y al por mayor que iguala en su terrible inexorabilidad a culpables e inocentes sin posibilidad de distinción ninguna. Porque para él, habitante de un mundo sin matices, donde luces y sombras nunca deben confundirse, el plan de Veidt implica forzosamente el desmoronamiento del último dique de contención que separaba el bien del mal y los hacía inteligibles. 

 Más que madurar, yo diría que simplemente en el contexto del nuevo orden forjado por Ozymandias a Rorschach  ya no le es posible continuar viviendo.


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