domingo, 18 de diciembre de 2011

A la deriva, de Michel-Yves Schmitt


Bien, vale, lo confieso, cualquier cómic donde no haya superhéroes ni espías tiene ya ganada al menos la mitad de mi afecto. Si además es de tono intimista y contenido, tres cuartas partes del trabajo está hecho. Y si me gustan los personajes,... ¡bingo! 

Pero,... ¿y si no me gustan? ¿Y si el cómic se juega la baza, casi exclusiva, del encanto de su protagonista principal y no consigue convencerme? Arduo dilema entonces. Me agrada casi todo en A la deriva, pero me aburre este Luc.  O más que aburrirme, me deja indiferente, no me llega, me da igual si ama u odia, si le quieren o si no pueden ni verlo. Me parece ya muy gastado esa especie de cínico desencantado  y gruñón; deslenguado por no decir algo desquiciado, que sin embargo es el fondo un buen tipo, aunque no siempre, o casi nunca, lo parezca. A mí es que el modelo me recuerda demasiado, entre otros, al protagonista de Si la cosa funciona, de Woody Allen. Y más si tenemos en cuenta esa manía tan suya de dirigirse directamente al espectador, o al lector, muy al estilo de Bergman o de Fellini o de... Woody Allen. 

Quizá sea que el tebeo requiere de nuevas lecturas, de un período de adaptación para familiarizarse con el personaje, un tiempo para cogerle el tranquillo. Con todo, me quedo con la escena del hijo follándose a la nueva mujer del padre. Si señor, una escena como dios manda. Brindo por ella.

Por cierto, ¿será esto línea clara? Quiero creer que sí, aunque es evidente que temáticamente  se sitúa en las antípodas.

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